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El 6 de julio de 1945 se cumplieron dos meses desde que Luka Brajnović y Ana Tijan se separaron en Zagreb pensando que sería cuestión de unos días y la situación se estaba complicando cada vez más. Luka estaba en Bolonia, en un campo de refugiados provisional instalado en unas caballerizas militares  esperando un nuevo traslado y Ana en Zagreb, escondida en el ático en el que vivía con su bebé de seis meses. Los dos pasando hambre y Ana además mucho miedo. No sabían nada el uno de la suerte del otro.

Desde el principio de mi vida -dice Luka en su diario- me acompañan duros golpes y amargas experiencias. Ninguno de mis amores: el amor a mis padres, el amor a mis hermanos y hermanas, el amor a mis amigos, se ha librado de un fiero dolor. Y siempre que he amado lo he hecho plenamente. La vida me arrancó del seno de mi madre, mi ídolo. La vida me despojó de gente noble, mis hermanos, con una terrible muerte, más terrible de lo que pueda imaginar. La vida me regaló solo un amigo y a él se lo llevó la muerte.

Sólo he amado a una mujer. -continúa- Mi primer y definitivo amor es mi Ana. En ese amor, que es más fuerte que yo, están contenidos los otros tres amores. Por eso diría que si mis sufrimientos fueran mayores, pero mi Ana estuviera a mi lado, estaría feliz. Tal vez triste, como lo estuve, pero satisfecho. Si.  Ella fue (y sólo ella pudo serlo) la que secó mis lágrimas por la muerte de mi bondadoso padre. Sólo ella pudo conseguir liberarme del sufrimiento que me produjeron las tragedias que viví al presenciar la terrible y sangrienta ruina de mi casa paterna, de mi familia,  que fue golpeada por el el odio porque creía en el Señor. Eso sólo lo podía lograr Ana y nadie más. Y eso con una mirada, con un beso; porque en sus ojos siempre pude ver su alma hermosa y alegre, como en los de un niño.

Luka cree que no va a poder resistir mucho más tiempo el dolor de la separación de Ana y sigue pensando que aunque sea fugándose llevará a cabo su plan de regresar a Croacia. Le atormenta pensar que su hija, a la que tanto quiere, pueda crecer sin llegar a conocerle nunca.

Hay una confianza en la que está anclada mi decisión y mi esperanza: la confianza en la bondad de Dios y en el amor de la Virgen de Fátima.

En el campo de refugiados hubo una novedad de cierta importancia.

Nos han dado una especie de identificación con un número. Es la primera vez que nos registran las autoridades de los aliados. Al darles mis datos no he escondido nada, porque no tengo nada que esconder.

El 7 de julio era sábado y como todos los primeros sábados de mes, Luka fue a recibir la comunión. Acudió a una iglesia de los franciscanos que Mussolini había convertido en cuartel durante la guerra. Antes se confesó, en italiano, con un franciscano.

Con la gracia de los sacramentos entró en mi alma también el aire fresco del consuelo, la esperanza que llena el alma del optimismo de la fe, que repara nuestras fuerzas para afrontar nuevas pruebas y nuevos dolores. Sin embargo el sufrimiento permanece; un sufrimiento profundo, pero que no lleva al desaliento sino a la salvación.

En la basílica de santo Domingo

El domingo, día 8, después de ir a Misa y comulgar, Luka fue a pasear por Bolonia. Acudió a visitar la basílica de Santo Domingo, donde está enterrado el santo fundador de la orden dominicana. Allí volvió a rezar por Ana y Elica y por su reencuentro.

De esta basílica podrían escribirse no sólo muchas páginas sino libros enteros. Porque es una casa en la que se puede sentir un pasado turbulento y heterogéneo

Luka describe el lugar como lo vio

Los cuadros en los altares, los frescos sobre la vida del fundador de la Orden de Predicadores en las paredes, las inscripciones sepulcrales, y los monumentos y el mismo sepulcro de santo Domingo hablan más que la inocente paz bajo las bóvedas de la basílica. En cualquier caso, en esta basílica está el mayor y más bello monumento de su pasado: el sepulcro del santo que está situado en el ábside, en la parte derecha, embellecido con numerosos frescos y columnas de estilo barroco. Por desgracia hoy sólo se puede ver la parte de abajo de esa grandiosa composición, es decir, el sarcófago.

Todo lo demás estaba protegido con tierra como defensa contra posibles bombardeos. Para los visitantes habían puesto una fotografía de la capilla antes de cubrirla.

Así que en Bolonia sólo pude ver la foto de una obra de arte que estaba allí. Una foto que había tenido la oportunidad de ver tantas veces en casa.

También visitó el monasterio de los dominicos.

Es casi una pequeña ciudad que, naturalmente, Mussolini en su tiempo confiscó. Sin embargo, no pudo borrar la memoria de la historia marcada en esos  lugares con su brocha cuartelera. En este monasterio de Bolonia vivieron los más notables de la orden dominicana, entre ellos el mismo doctor angélico, santo Tomás de Aquino.

Desde lo alto de la ciudad

Por la tarde se fue a visitar el santuario de La Virgen de San Lucas, en un alto de la ciudad.

Ni en ese camino, que podía llamar romería, pude estar solo. En esta masa no se puede tener paz, porque en la mayoría de las circunstancias y en una enorme cantidad de tiempo uno no es mas que un número en esa masa. No obstante ayer aprendí que puedo liberarme y conseguir un poco de paz, aunque esté llena de dolor.

Los refugiados croatas se acercaron en tranvía e hicieron el último tramo a pie, cuesta arriba por un camino cubierto con arcos en el que había capillas con los misterios del rosario.

En la puerta de la iglesia había un sacerdote -por su sotana un canónigo- rezando el breviario. Nos preguntó si éramos croatas. Cuando le dijimos que lo éramos nos dijo: «desde hace diez días sólo vienen croatas, vosotros sois una gente piadosa como no había visto antes». Él nos introdujo en la iglesia en la que en ese momento un sacerdote anciano estaba enseñando el cuadro milagroso de la Virgen a un capellán militar con uniforme inglés y a unos soldados americanos negros. Allí, sin más peticiones pudimos ver la imagen de la que se dice que fue pintada por el mismo san Lucas evangelista.

El cuadro, describe,  está en el altar principal, de mármol gris, rodeado de un marco dorado barroco.

En un espacio a modo de puerta está colocado un antiguo y oscurecido icono recubierto de plata, parecido a los cuadros milagrosos que se conservan en nuestros santuarios dálmatas e incluso del  interior de Croacia. El icono es -cómo diría- muy conmovedor. Los colores se han ennegrecido, pero a pesar de todo se advierte la belleza de la imagen, la armonía de los rasgos, algo que no sucede siempre en los iconos bizantinos.

El viejo sacerdote explicó la historia de esta joya milagrosa sin olvidar la leyenda de su llegada a Bolonia.  Por lo que pude captar, las primeras referencias históricas del cuadro son del siglo XI, es decir del tiempo de las cruzadas. Lo más probable es que en la época del traslado de las reliquias del oriente a estas tierras, fuera trasladado también este cuadro.

Cuando el viejo sacerdote cerró la pesada puerta repujada en plata y oro ocultando el cuadro de nuestra vista, todos nos arrodillamos y besamos la reliquia de plata. El sacerdote se fue y nosotros nos quedamos en oración. Sentí cómo una silenciosa paz entró en mi alma. Recé por mi única intención: que Dios y la Virgen den salud a mi querida Ana y a mi hija y que en el más próximo futuro nos regalen la felicidad del encuentro. Y me pareció que en mi corazón creció la convicción, más fuerte que cualquier duda, de que todo este calvario acabará en una resurrección que nada podrá cambiar.

Después de rezar, Luka se puso a visitar la iglesia y se encontró de nuevo con el barroco italiano.

Sabía que la época del renacimiento duró poco, pero no esperaba encontrar tanto barroco en Italia (…) Probablemente no es justo que hable por una impresión (…) pero me he acordado de las recargadas iglesias que he visto en Módena, Reggio Emilia y ahora en Bolonia. En esta ciudad he visto una iglesia en la que había, ni más ni menos, que 36 altares unos pegados a otros, de manera que, por muy bellos que fueran, no podían servir cómodamente al fin para el que deberían estar hechos que es  el santo Sacrificio.

Uno se atrevería a decir que esos altares no fueron levantados por el misterio de la Misa, sino por la acumulación de artistas y la exhibición de riqueza.

No todo el barroco es así, dice Luka, y describe la iglesia de la Virgen de San Lucas en la que las columnas y la decoración barroca están dispuestas para dirigir la atención del visitante hacia el punto donde está el cuadro.

Salimos de la iglesia y paseamos por el espacio situado alrededor, bastante dañado por los bombardeos.Y no está de sobra mencionar que una bomba cayó en la iglesia, rompió una decena de tejas y se quedó sobre el tejado sin provocar más daños.

Desde ese lugar que está en un alto que domina la ciudad, los refugiados pudieron observar las vistas de los alrededores.

Por un lado se ven los tejados de Bolonia y por el otro viñedos y  campos verdes que se extienden hasta que, a lo lejos, entre la bruma, se divisan las cumbres de los Apeninos.

Luka seguía buscando la soledad sin conseguirla. Al salir de la iglesia se separó un poco de los demás para intentar meditar un poco sobre el momento de paz que había vivido al pie de la imagen de  la Virgen de san Lucas, pero se cruzó con el viejo sacerdote que les había enseñado el cuadro.

Dios sabe por qué aquél hombre quería saber algo sobre mi destino y el destino de Croacia. Le hablé como supe y pude y sentí su simpatía. Él se dio cuenta de mi dolor. Seguramente porque le dije que estaba casado y que tenía una hija pequeña, comprendió que la raíz de mi sufrimiento era el amor. El amor sin condiciones y sin medida a un bondadoso ángel que está padeciendo.

(En la foto el santuario de la Virgen de San Lucas en la actualidad)

 

 

 

 

 

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