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Luka Brajnović formaba parte de la masa de refugiados de más de una docena de países que estaban siendo trasladados hacia el sur de Italia. El 5 de junio, el convoy de camiones que les llevaba se detuvo en una especie de caballerizas militares en Bolonia.

Al día siguiente, Luka tuvo que hacer interminables colas de sol a sol para conseguir un poco de comida y algún salvoconducto. Esto le dejó mucho tiempo para pensar.

A su mente volvieron con extraordinaria viveza los acontecimientos previos a la Navidad de 1943 cuando la muerte violenta de su hermano menor Tripo y el nacimiento de su hija Elica se sucedieron en el espacio de poco más de 48 horas. Desde entonces para él la vida y la muerte quedaron para siempre unidos de una forma muy especial.

El episodio ya lo relaté en una entrada anterior según los recuerdos de su esposa, Ana Tijan, pero creo que merece la pena leer el relato del propio Luka.

De sol a sol

Desde las seis de la mañana hasta ahora (es prácticamente el anochecer, la novena hora se acerca) he estado «de servicio» para la comunidad. Ese servicio consistía en los siguientes actos: ponerse a la cola y esperar por ejemplo obtener algo de comida, un carnet, etc. Y si uno se aburre de esperar es necesario ser paciente y seguir esperando con la esperanza de obtener una cucharadita de café o un cacito de pasta o un papelito con el nombre y el apellido de una persona que ya no existe.

Estuve, por así decirlo, tan integrado en la cola todo el día – de sol a sol- que no sólo ardo al sentir como la piel me quema por sol, sino porque he tenido tiempo para juntar mi dolor: el de la dura tristeza de hoy y el disperso a lo largo de incontables días del pasado.

Después de estar todo el día en la cola, sus compañeros de peripecias le encargaron que cuidara de sus pertenencias

 Y así ahora espero en medio de nuestros trapos y, aunque estoy otra vez «de servicio» estoy contento porque estoy solo y puedo escribir sin que nadie me moleste. Los míos se han ido a ver la ciudad y «la cenicienta» se ha quedado.

Un poco más adelante, Luka se refiere a los recuerdos que le asaltaron en esas largas horas de espera, siempre en torno a su querida Ana y su pequeña Elica, a quienes le duele imaginarlas sufriendo.

Con mi mayor felicidad llegaron mis más costosas pruebas. Por eso puedo decir que a Ana le di un inconmensurable amor y un gran y silencioso dolor.

Luka se refiere a los acontecimientos que sacudieron a su joven familia desde diciembre del año anterior hasta la fecha en la que escribe que -dice- fundieron felicidad y dolor de una forma indescriptible.

La muerte de un hermano

Habla de un nuevo tipo de sufrimiento que experimentó con especial crudeza, después de todos los que ya había padecido en su cautividad cuando estuvo tantas veces al borde de la muerte.

Ese nuevo desconocido y sangriento sufrimiento que me asaltó cuando en medio de un montón de cadáveres en la morgue de Mirogoj (el cementerio de Zagreb), encontré a mi hermano, un hombre de alma grande y delicado e ingenuo carácter, dispuesto  a todo dolor, todo sufrimiento, por un profundo altruismo.

Su hermano, de apenas 23 años había sido movilizado por la fuerza y estaba en un cuartel en intendencia cuando unos partisanos entraron sigilosamente de noche mientras los reclutas dormían y los mataron a todos con un tiro en la cabeza.

Miré al querido rostro de aquél hombre manchado por un reguero de  sangre seca que había brotado de una negra herida en su pálida, alta e inteligente frente. Sus ojos, aturdidos y congelados me miraban con una expresión en la que brotaba la pregunta:

¿Por qué me han matado, a mí, que a todos he deseado el bien? ¿por qué me han separado de una forma tan brutal de mi pobre madre y de ti y de todos los nuestros? ¿Acaso no tenía ya el alma empapada de tragedias? ¿Qué he recibido de la vida sino miseria, pobreza, sudor y tristeza?

¡Oh Tripo!, llaga mía, ¡Cuánto te quise! ¡En que horror te perdí!

Al día siguiente fue el entierro. Ana llevaba bajo su corazón a nuestro hijo. (estaba embarazada y se esperaba el alumbramiento para finales de mes) Sin embargo, quiso ver a su querido Tripo en su último adiós. Fue al funeral modesto de un hombre modesto, se lamentó y me consoló a mí que no podía demostrar que había hecho frente al dolor.

Una nueva vida

Y esa misma noche, cuando estaba más cansado por el golpe de una terrible muerte, cuando solo un corto sueño podía aliviar  mi alma, en medio de una tranquila emoción a Ana le llegaron las contracciones.

Cuando nosotros, -inexpertos- nos dimos cuenta de que había llegado el momento del alumbramiento, me lancé a la calle como un loco que se ha escapado del sanatorio para buscar un coche por toda la ciudad con el que llevarla a la clínica.

Al ingreso en la clínica nos indicaron que Ana debía tener consigo todo lo que una dama necesita en esas circunstancias. Y nosotros, que no esperábamos el acontecimiento tan pronto no teníamos nada preparado, ni siquiera los pañales estaban lavados.

Me volví a casa terriblemente deprimido por el dolor de la reciente tumba y el miedo de que algo malo le pudiera suceder a Ana. Lavé los pañales, recogí todo lo que me pareció que ella podía necesitar y me volví como medio en sueños a la clínica.

Era  la una de la tarde cuando una médico me dijo que Ana había dado a luz a una niña. (Elica) No sé cuál fue mi expresión. Sé que quise sonreír. Entré en la habitación donde estaba todo preparado para Ana y esperé hasta que la trajeron. Estaba pálida y cansada. Ella callaba, y a mis preguntas contestaba con miradas.

Y cuando trajeron a la niña y cuando la felicidad en el corazón del padre anuló por un momento el dolor por el hermano muerto, cuando sonreí ante aquella pequeña e indefensa criatura, entonces Ana también sonrió.

Desde entonces en mi bulle la lucha entre la felicidad y el dolor. La tumba y la nueva vida forman la descarnada belleza de una vivencia que arrebata, que embriaga con la riqueza de la plenitud del alma humana.

En la imagen, la entrada del cementerio de Mirogoj en Zagreb (Croacia)

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